No recuerdo mi nacimiento, ni que me hayan preguntado si quería nacer, pero nací. Dicen que fue a finales de enero en la Ciudad de México. Mercedes, mi madre, me dio la oportunidad de que germinara mi cuerpo en su vientre, con la semilla vital de mi padre, Zeferino. No menciono el año para evitar prejuicios sobre la edad. El cuerpo físico existe en el tiempo, o más bien, lo crea. El espíritu es infinito. Ni nace ni muere. Y a ese es al que quiero presentar aquí.
Tras varios brincos escolares entre la capital del país y las ciudades de Matamoros y Guadalajara, finalmente llegué a la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México; ahí concreté mi sueño de ser arquitecto. Después de ejercer ésta carrera en México y España por cinco años, y de impartir una cátedra en la UNAM, un día tuve el gran regalo de escuchar una conferencia del Swami Gurú Devanand Maharaj, que había llegado de la India. Con él me inicié en la Meditación Mantra Yoga, y tuve una experiencia trascendental gracias a la meditación profunda. Fue la respuesta a mi larga búsqueda espiritual. Este encuentro y práctica tuvo un impacto tan grande en mi vida, que decidí renunciar a mi profesión, a la cátedra universitaria y a mi vida social y familiar.
Fue entonces que recibí la iniciación como Swami (monje renunciante de la Orden Ascética de Shankara) con el nombre de Swami Vijnanananda, para dedicarme por completo al trabajo y el servicio espiritual. En mi condición de monje viajé por mi país y otros de Centro América por más de seis años: dicté conferencias, enseñé meditación y formé grupos y centros de desarrollo espiritual.
Y así, siguiendo la luz interior que marca las rutas hacia Dios, a veces un camino se acaba. Hubo un momento en que llegué a la frontera entre la vida y la muerte, y algo murió en mí. Dejé la vida de renunciante. Retomé mi gran pasión por la arquitectura, y la vida me bendijo con dos hermosos hijos: Carlos y Rodrigo. Cambié las sandalias por zapatos, pero conservé para siempre la sólida disciplina espiritual que aprendí con mi maestro.
Poco tempo después, la Gracia me llevó al Ashram de Swami Chidvilasananda (Gurumayi) en las montañas de Catskill, Nueva York. En el más hermoso escenario de otoño, con los maples pintando el paisaje de rojo, amarillo y naranja, recibí la iniciación en el Bhakti Yoga, con la apertura del Amor Divino, por medio del Shaktipat del Gurú. En ese tiempo, inicié la exploración y estudio del significado de los sueños y el soñar. Un perfecto fractal y modelo de estudio para la comprensión del extraordinario Sueño del gran Soñador del universo y de todo lo que existe. Y comencé los primeros talleres de interpretación de sueños, como un camino para descubrir al Soñador.
Hace algunos años, el viento de Dios me trajo a vivir al Pueblo Mágico de Tepoztlán, Morelos. Aquí he dejado una huella significativa de mi trabajo como arquitecto, y pude terminar la colección PALABRAR PARA ALABAR, formada por 33 poemas, inscritos en dibujos gráficos, realizados a mano y firmados con mi nombre espiritual: Vijnan (Sabiduría, en sánscrito). Estos poemas y dibujos forman parte del libro: El Almanauta, un viaje interior.
Las caminatas por las montañas de Tepoztlán dieron origen a “Reflexiones Caminando”. Y aquí sigo, caminando, reflexionando y meditando por los senderos de Dios… hasta que Él quiera.